domingo, 17 de enero de 2010

LA SOCIEDAD , COBOS Y REDRADO

El regreso de los endeudadores

El único director del Banco Central que no participó en el minué de los últimos días fue Arturo O’Connell, porque en vísperas del estallido del conflicto inició un largo viaje por Europa. Antes de partir se opuso en el directorio a las posiciones de su presidente y defendió la conveniencia del Fondo del Bicentenario. Economista y matemático, O’Connell fue designado en julio de 2003 cuando el ministro de Economía era Roberto Lavagna y presidía el Banco Alfonso de Prat Gay. Ya había integrado el directorio durante la presidencia de Raúl Alfonsín y en cada crisis estuvo más cerca de la posición de Kirchner que de cualquier otra. En un memo sobre el Fondo del Bicentenario escribió que la decisión de “mantener la ocupación y el nivel de actividad, así como la protección de los sectores de menores ingresos por medio de la obra pública, los subsidios al empleo, el mantenimiento de tarifas de servicios públicos moderadas, etc.”, provocó la reaparición “de un déficit fiscal”. Pero a diferencia de muchos otros países, en los que también la política monetaria alentó la recuperación por medio de una rebaja de tasas de interés, en la Argentina aumentaron, ante la pasividad del Banco Central, mientras los bancos acumulaban liquidez ociosa, favorecidos por “colocaciones de instrumentos de regulación monetaria (básicamente LEBACs y NOBACs) con altas retribuciones”. La crisis bancaria se evitó al costo de “la parálisis de créditos del sistema bancario que presenta una plétora de recursos ociosos y, además, ha obtenido fuertes ganancias” con las altas tasas. Sólo la fortuita revaluación de las monedas brasileña y europea permitió que el tipo de cambio real no se apreciara en forma significativa. O’Connell agrega que ese debilitamiento de las cuentas públicas “en vez de ser visto como consecuencia de una necesaria política anticíclica se asigna a motivos otros, todos ellos negativos”, una sutil alusión al mito de La Caja. En obvia polémica con Redrado, refuta que las altas tasas de interés hayan sido necesarias para evitar una salida de depósitos y “una mayor corrida hacia el mercado cambiario”. Las retribuciones de los depósitos en plazo fijo no fueron bajas comparadas con las ínfimas tasas obtenibles en el exterior, dice. Para frenar la salida de fondos al exterior hubiera bastado que el Banco Central redujera el monto mensual de dos millones de pesos permitido a cualquier persona o empresa. Como no lo hizo “se han evaporado 40.000 millones de dólares, sustraídos al circuito económico local” y en igual medida disminuyó “la cantidad de reservas y, por lo tanto, de medios de pago de la deuda externa”. Frente a la necesidad de financiamiento del sector público, O’Connell advierte sobre el reingreso en la discusión pública de quienes califica como los “endeudadores”, que se presentan como “la alternativa seria”, la del financiamiento “genuino”, “de mercado”, como si la crisis mundial no hubiera sepultado la noción de mercados financieros que funcionan mejor sin “excesiva intervención estatal”. Por lo contrario, los endeudadores rechazan la colocación de fondos en el mercado local y el recurso a fondos acumulados en distintas instituciones públicas. Los mejores estudios sobre la experiencia de los años 1980 y 1990 muestran que el “ingreso al mercado financiero internacional” no ha sido positivo. Ha sometido a los países subdesarrollados a los vaivenes de ese mercado y aún en el mediano plazo la “liberalización de los movimientos de capitales” ha tenido efectos negativos para el crecimiento. Agrega O’Connell que los países que se autofinanciaron son los que más rápidamente han crecido. Por eso fue acertado que la Argentina y otros países subdesarrollados en esta última década en vez de endeudarse hayan acumulado reservas de divisas. Esto les permitió atravesar la última crisis con consecuencias menos dramáticas que en casos anteriores.

O’Connell cita el reciente libro de Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff, This time is different (Esta vez es diferente), y dice que ésa es la frase que siempre les ha permitido a los endeudadores “justificar una nueva aventura de la que ellos siempre salen ganando” y se pregunta cómo ha sido posible en nuestro país la resurrección “como consultores acreditados” de “los mismos que nos llevaron a la hecatombe de hace menos de una década”. En oposición a ellos reclama defender la autonomía de las propias decisiones de política económica y “la movilización de los recursos acumulados”. Las reservas internacionales están para eso, para pasar momentos difíciles “sin caer en la trampa” de los endeudadores. Después del desembolso del servicio de la deuda externa de 2010 había un remanente de reservas mayor al que se precisa “para hacer frente a los avatares del mercado cambiario”. Además, todas las proyecciones del balance de pagos sugieren que hacia mediados de este año las reservas volverán al nivel actual. Coincide en esto con el análisis del gobierno: cuando se canceló la deuda con el FMI se usó el 100 por ciento de las reservas excedentes y el 35 por ciento del total. El Fondo del Bicentenario afecta el 30 por ciento de las excedentes y el 14 por ciento del total. O’Connell también refuta que se trate de solventar gasto público corriente con un stock acumulado sino de reducir el stock de deuda heredado (como es un técnico con posgrado en Cambridge se abstiene de precisar heredado de quiénes). Stock contra stock, dice, el balance del país quedaría igual, pero con la deducción de los intereses y “la ganancia de reducir reservas sobre las que –en la situación mundial actual– poco se gana para deshacerse de deuda que sí paga intereses subidos. El país haría un negocio brillante gracias a la acertada política de acumulación previa de reservas. Y, por cierto, no caería en nuevo endeudamiento a tasas seguramente altas”. O’Connell también disintió sobre el Programa Monetario para el año 2010 que Redrado anunció como si hubiera sido aprobado por el directorio, lo cual no es cierto. Aún con la documentación parcial distribuida entre los miembros del directorio “se infiere que se proyecta una apreciación real del tipo de cambio del peso lo que sería negativo para consolidar la recuperación económica en marcha y para un de- sarrollo basado en la competitividad internacional de los sectores productivos del país”, escribió O’Connell. Su memo precedió a la publicación, hace pocos días, de un nuevo trabajo de Rogoff y Reinhardt, Growth in a time of debt o sea Crecimiento en tiempos de deuda. Allí sostienen que la experiencia de dos siglos en 44 países demuestra que en los subdesarrollados cuando la deuda externa supera el 60 por ciento del Producto Interno Bruto el crecimiento anual disminuye un 2 por ciento y hay un firme aumento de la inflación, lo cual ratifica la conveniencia de achicar con reservas que no producen intereses una deuda cara. Fuente Pagina 12

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