lunes, 18 de junio de 2012

FELIZ DÍA PAPÁ



LUNES, 18 DE JUNIO DE 2012

FELIZ DÍA PAPÁ


Hola, Viejo Querido.
¿O te llamo papá?
Da lo mismo ¿verdad? No me vas a hacer reclamos ahora ¿no?

Porque cuando era pibe te llamaba papá.
Siempre es así.
Cuando uno es pequeño, el padre es el hombre grande, el fuerte, el que nos protege, el que nos cuida.

También es el que se enoja si hacemos alguna travesura, alguna macana.
El que nos reprende y, a veces, nos castiga.
Y eso nos da bronca.

Pero no; no te asustes.
No voy a reclamarte nada, justamente ahora.

Al contrario: quiero decirte que te quiero.
Tal vez mucho más que cuando te decía “papá”.
Es que lo de “Viejo” suena más adulto, más profundo, más de hombre.

Cuando en la niñez uno dice “papá”, expresa una parte del sentimiento de hijo, esa parte de quien se siente querido, protegido, contenido, por el que es más fuerte.

Después la vida va borrando la distancia entre el adulto y el niño.
Entonces los padres dejan de ser los “papás” y pasan a ser “los viejos”.
Porque el tiempo parece igualarnos en la adultez.
Y, muchas veces, el que protege, el que contiene, es el más joven.
Siempre ha sido así. Y seguirá siendo así.

Pero la expresión “Viejo” dice mucho más que el reconocimiento de los años vividos por el que recibe ese trato.
“Viejo” expresa que todo ese sentimiento, ese amor, ese impulso vital, que un hombre puso en un hijo, tiene su ida y vuelta.

Yo te dije “papá” cuando aprendí a hablar.
Era lo natural: yo era un niño y vos eras mi papá.

Te dije “viejo” cuando me sentí más cerca de tu adultez, de tu vida, de tu historia.
Cuando comencé a entender tus “porque”.

Seguiste siendo mi “papá” pero, además, pasaste a ser mi “viejo”.
Empecé a comprenderte más, a explicarme alguna de tus broncas.
Algún castigo que me dolió cuando pibe, me pareció menos doloroso, más justificado.
Comprendí que me había enseñado algo,

Percibí que los premios que me alegraron y los castigos que me dolieron alguna vez, estaban en mí, en mi presente, en mi carácter, en mi forma de vivir y luchar cada día.


Ahí, donde andas ahora, seguramente, mezclado con aquellos, tus amigos de ayer, y con los nuevos que te alcanzaron más tarde, quiero que sepas que cuando educabas a ese pequeño hijo, que era yo en aquel entonces, estabas construyendo este padre que soy hoy.

¡Nada menos! ¡Un padre!

Si, Viejo: con tus consejos y con tus rezongos, con tus premios y con tus castigos, con el recuerdo de todo lo que me gustaba y de todo lo que no me gustaba de vos se fue amasando esto: UN PADRE.

Hoy te puedo llamar colega.
Es una pena que no lo hayas conocido, que mi hijo no haya compartido parte de su tiempo con el “Padre” de su “Padre”, el “Viejo” de su “Viejo”.

Pero quedate tranquilo, viejo: te lleva adentro.
¡Es el hijo de tu hijo!

Ese río que Dios echó a andar en tu sangre, y que se continúa en la mía, hoy es un torrente que se potencia en Mi hijo
Este domingo, José, Querido Viejo, te mando mi abrazo y comparto con vos el abrazo de mi Hijo Mariano.

¡FELICIDADES! 
Gerardo Abbruzzese

Gracias a El Fierro de Papel