viernes, 5 de octubre de 2012

ORACIÓN POR MI ENEMIGO



Armando Tejada Gomez, el gran mendocino autor obras que nos emocionan cada día más, conmovió al mundo entero con “Hay un niño en la calle”.  En aquel poema, Armando evoca su propia infancia de niño pobre, de canillita, de lustrabotas. 


Le canta a Pedro Changa, a Juan, a Lucas Romero, a Florencia Arboleda, a El Porfiao, a la Juana Robles, y a tantos personajes inolvidables. Nos desborda de ternura cuando evoca a aquel vecinito rubio, "alimentado a lirios", a cuyos padres deslumbró "dibujando caballos",   y que lo lleva a enseñarnos  que "un amigo es la vida dos veces". 
Ya en la adolescencia, se gana la vida como bracero. Trabaja, conoce la solidaridad y la protesta de los explotados. Sufre con ellos cada injusticia  y cada reclamo.Porque es uno de Ellos. Y pinta como nadie las contradicciones y las injusticias del mundo  como solo pueden hacerlo quienes las han vivido, y sufrido, intensamente.



Pero también les escribe a los otros, a los generadores de tanta pobreza, miseria, e injusticia, como  la que  sufrió en carne propia y en la carne de “su gente”, de su querido Pueblo. El poema “Oración por mi enemigo” culmina magistralmente el libro PROFETA EN SU TIERRA, la antología que reúne lo mejor de la obra de este mendocino capaz de expresar:“...digo que un hombre solo, solo es un hombre solo y que no tengo tiempo de amparar solitarios...”
Armando Tejada Gomez “se fue de gira” un 3 de noviembre de 1992.
Hoy, 20 años después, nos permitimos tomar su poema y difundirlo. 
Porque han pasado muchos años, pero el enemigo sigue siendo el mismo.
Gerardo Abbruzzese


Armando Tejada Gómez
Argentina

Oración por mi enemigo

 


El enemigo es breve como un siglo,
algo más que un colmillo, menos que una araucaria,
suele esperar afuera, repta detrás del viento,
puede herir a mi hermano si se demora el alba.
El enemigo es breve, pero puede hacer daño:
cortar un gajo ahora, envenenar mi canto,
puede hacer que me nazcan cuchillos de los dientes
y buscarme la boca para luego acusarme.

El enemigo sabe que no tengo parientes
ni blasón en la puerta ni abuelos magistrados,
puede hurdir que soy vago y mal entretenido
y mostrar las hilachas de mis antepasados.
Puede, como ha podido todo este breve tiempo,
pasar gato por liebre y comerse el venado
mientras la buena gente me mira a la intemperie
y en tanto se persigna me da vuelta la cara.
Es un Goliath de hierro el enemigo mío:
gigantesco, electrónico, atómico, blindado,
pero es breve, epidérmico, aéreo, bullanguero
y olvida entre su estrépito que yo vengo de abajo,
que soy un sacerdote del aire y la madera
y que escribí la biblia entre el dolor y el fango;
que no hay flor en la tierra que no me considere
no digo el jardinero, pero digo su hermano;
que el cereal, el último cereal que nos quede,
lleva en su piel, ardiendo, el calor de mis manos
y que el pan que se come cuando muerde la espiga
le filtra en la saliva el sabor de mi sangre.
El enemigo es loco y breve como un siglo.
Imagina que Cristo es un hombre y tres clavos
y porque nunca supo cuánto dura un rebelde
bebe su hiel y eructa hacia las navidades,
oficia fríos rezos en la misa del oro,
gatilla las tinieblas, bombardea arrozales,
tiene un perro, una amante y dos sicoanalistas
que le amansan la muerte dos veces por semana
y él, que nunca me ha visto ni por fotografías,
cree que ando en su sombra y soy una navaja.
De noche, cuando cae a la estepa del sueño,
cuando lo desenchufan sus enchufados amos,
transpira, grita, salta y enrosca su culebra
igual que una culebra herida por el rayo.
Nadie puede con él dormido ni despierto
ni bonachón ni alegre ni triste ni nostálgico:
ha sido condenado a llevarse a sí mismo
y quién puede impedir que esté solo de a ratos?
Yo que siento y consiento la piedad por la vida,
que amo desde hace siglos la salud de los árboles,
pienso que él debería regresar al origen
y aprender con la flor los rituales del agua.
Pero ¿quién lo desnuda como en un nacimiento?
¿Quién le olvida la sombra, los crímenes, el cáncer?
¿Cómo lo llevo herido a un sitio campesino y digo:
pan o hierba, sin que la vida estalle?
Y acaso, digo acaso porque todo es posible,
¿él puede en lo profundo volver a la inocencia?
¿Puede mirar a un ciervo porque sólo es de música
y no matar su leve sinfonía en el aire?
Él que no entiende nada que no sea de acero,
de dólar consistente, de exacto porcentaje,
¿soportará sin riesgo adentro de su pecho
el enorme estallido del amor en su sangre?
¿Esas detonaciones de los niños en ronda?
¿La madre que los llama con la torcaz y el álamo?
¿No sacará el revólver cuando vea la vida
frágil como la lluvia, desnuda como un cántaro?
¿No empezará de nuevo este torpe asesino
a jugar al guerrero y a comerse el venado?
Yo sé que mi enemigo es breve como un siglo,
un colmillo en cenizas, menos que una araucaria,
hay pueblos que lo asedian delante de los vientos
y ya no tienen tiempo para esperar el alba.
Pobre de mi enemigo, tan breve en su masacre!
Aquí, al pie de los vientos, digo: que en paz descanse.